Las últimas noticias que tuvimos de nuestro estrafalario protagonista, Felipe, fueron prometedoras. No obstante, tantas noches bailando kazatchok habían hecho con su rodilla izquierda algo parecido al sonido de esta extraña palabra.
Lo que Felipe no sabía era que los cosacos, a la hora de ejecutar sus acrobacias, ocultaban bajo sus pantalones rodilleras confeccionadas a partir de las narices de antílopes siberianos. Este animal, saiga tatarica, cuenta con un apéndice nasal prominente y acolchado, de textura similar a la gomaespuma. En la actualidad, se encuentra casi extinguido debido a la popularidad que alcanzaron los bailes regionales en la antigua Unión Soviética, llegando a estar más cotizado que el cuerno rayado de unicornio o el pene seco de ligre.
Felipe, que no conocía los entresijos del cuerpo de baile de los coros del ejercito rojo ni estaba al tanto del mercado de materias primas provenientes de animales fantásticos, tenía como única referencia el rodillazo jotero, a pelo.
Hacía tanto tiempo que no visitaba su ciudad natal (y más que no asistía a un espectáculo de jota), que debía ser el único maño que no sabía que el golpe de rodilla había sido prohibido por las autoridades sanitarias debido al alto coste que suponía la importación masiva de prótesis después de cada edición de las fiestas en honor a la Virgen del Pilar.
Cuando el médico le preguntó cómo se había hecho eso, Felipe mintió, juró que no lo sabía.
Valió la pena ver saltar la rodilla aunque solo fuera por unos segundos, aun me saltan las lágrimas.
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