— ¿Dónde estoy?
— En una fosa común, Felipe, —respondió el esqueleto de al lado— y, evidentemente, estás muerto.
— Pero si estoy muerto, ¿qué hacemos hablando?
— ¿Acaso no recuerdas que una noche de luna llena caíste en un pozo lleno de jeringuillas desechadas? —apuntó el esqueleto de debajo — Seguramente te pinchaste con alguna.
— Sólo consigo acordarme de un baturro, un burro y un tren...
— Nunca aprendiste el final de los chistes, Felipe, la risa fácil fue tu perdición —dijo el esqueleto de encima.
— Y ahora, ¿qué hago? —preguntó Felipe.
— Esperar a que al hombre lobo que se picó con aquella jeringuilla le implanten un tabique nasal de plata — espetó un montón de huesos desordenado.
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