Hace ya más de seis años que tuvo lugar la guerra de los melones o primera guerra vecinal, fue guerra porque Felipe tomó como una agresión la acumulación de una cantidad ingente de melones maduros por parte de sus vecinos del entresuelo y vecinal porque tuvo lugar al pie de la escalera.
Las primeras escaramuzas le pillaron de improvisto, los Valenchones mostraron su talante expansionista con un
blitzkrieg en donde, de la noche a la mañana, invadieron las partes comunes del edificio con todo tipo de trastos imaginables que salían de su minúsculo apartamento. Felipe, como la mayoría de las potencias de la época, no calibró la amenaza que suponía aquella primera agresión ni el uniforme confeccionado a base de etiquetas de Coca-Cola que lucía orgulloso el extravagante compañero del señor Valenchon.
En aquel momento, Felipe no se dio cuenta de que el ansia de
lebensraum de sus vecinos le iba a obligar a convivir durante una semana con un muestrario de objetos que asustarían al más laxo de los seguidores de Diógenes. Tampoco interpretó las señales cuando su bicicleta se desvaneció para aparecer, como por arte de magia, en su propio trastero cerrado con llave.
El día que bajó a tirar la basura y encontró a sus vecinos leyendo las revistas que él mismo había depositado diligentemente en el cubo de reciclaje de papel, supo de dónde venían las etiquetas de Coca-Cola del uniforme... Aquella noche empezó a desconfiar de ellos y debió soñar que entraban en su casa, a partir de entonces se encerró a cal y canto.
Entonces, de la noche a la mañana, aparecieron una veintena de cajas de melones de tipo charentés al pie de la escalera, donde habitualmente se dejaba el carrito de bebé. Aquello ya era una afrenta, pero cuando la peste de los frutos en descomposición subió dos pisos y cruzó la Línea Maginot del umbral de su casa, Felipe se enfureció.
Las hostilidades duraron una semana, el tiempo que permanecieron aparcados los melones en tránsito a quién sabe que destino. La guerra acabó como había empezado, los melones se esfumaron y nadie dijo nada. Mientras tanto, Felipe imaginaba todo tipo de represalias para defender su territorio, su familia y su integridad olfativa.
Felipe cambió de ciudad y varias veces de domicilio, pero algo le ha recordado que las ideologías de supremacía vecinal del pasado vuelven con fuerza y huelen peor. Esta vez no pasarán.