Cuando Julieta conoció a Felipe, le ofreció un pasaje de tren a un lugar muy lejano y él correspondió con un canasto de mimbre lleno de embutidos, cintas de chistes y una gallina. Viajaron juntos durante mucho tiempo y en repetidas ocasiones. Cuando viajaban solos, uno de los dos esperaba la llegada del otro tarareando y fijándose en los pequeños detalles de las personas que pululaban por el andén.
Al cabo de los años empezaron a viajar menos juntos y a viajar más solos. Julieta siempre esperaba a Felipe pero éste solía llegar con retraso o, a veces, incluso ni aparecía. Al canasto se sumaron unas voluminosas maletas de cartón y unos macutos cargados de piedras. La gallina era tan vieja que no ponía huevos, las cintas de chistes ya no hacían gracia y los embutidos estaban un tanto rancios.
Al final, cada vez que Felipe viajaba, no llegaba a la hora o de partía sin aviso. Julieta se cansó de esperar y decidió abandonar la estación.
Un tiempo después Felipe bajó de un tren, no sabía muy bien donde se encontraba pero todo le resultaba familiar. No tenía billete para seguir el viaje y se rascó los bolsillos. Sacó unas cuerdas de salchichón, un cassette sin pilas y un hueso de pollo.
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