Se dice que hubo una época en la que estuvo de moda plantar rosales en la cabecera de cada línea de viñas.
Se supone que son más sensibles a las plagas que la vid y por ello, si el rosal está sano, no es necesario fumigar.
Se especula que no es más que un mito, aunque despierte la curiosidad de los turistas de ciudad que circulan por aquellos parajes.
Se cuenta que uno de Zaragoza plantó un rosal en la entrada de su apartamento para alejar el mal o, por lo menos, para darse cuenta del momento en el que la enfermedad llamara a su puerta.
Se sabe que esta persona acabó devorada por los hongos que, empezando por sus pies, encontraron un medio propicio para multiplicarse.
Se nota que no hay nadie que riegue el rosal porque está prácticamente liofilizado pero sin signo de contagio aparente.
Se puede afirmar objetivamente que plantar un rosal no nos salvará.
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