miércoles, 21 de diciembre de 2011

Sobre los aguafiestas

En el caso de una caída de la red telefónica por catástrofe natural o alimentaria, el beeper o busca desempeña un papel crucial en la coordinación de los equipos de emergencia como bomberos, personal médico o repartidores de pescado congelado.

A Felipe le encantaba el aire a dealer de principios de los años 90 que le proporcionaba el dispositivo... salvando las distancias, en lugar de pollo frito distribuía pescado y el lugar no era Baltimore, sino Cuenca.

Cuando recibió el pedido, le sorprendió qué alguien pidiera peces afilados a esa hora, tenía que tratarse de algo gordo, los duelos se celebran al alba y por la noche atacan los monstruos.

Condujo el motocarro de reparto a toda velocidad hasta la residencia del embajador. Se dirigió a la entrada principal pero estaba bloqueada por un tumulto formado por, lo que parecía ser, un coro de villancicos. Pasó por la puerta de servicio y entregó la mercancía al cocinero filipino. Éste apartó a un lado los cuerpos que se iban acumulando en la cámara refrigerada y preparó unas armas rudimentarias en forma de brocheta con el género que había traído Felipe.

El embajador irrumpió en la cocina preocupado por el éxito de su fiesta.

— ¡Rápido, hay que acabar con toda la chusma antes de que se descongelen los pinchos!

Entregó un pez a Felipe y le prometió que, cuando todo acabara, le abonaría la cuenta. Pasaron al salón armas en mano, la escena que presenciaron era dantesca.

Los invitados se defendían como bien podían de la tuna enloquecida, los tunos trataban de matar a todo el que se dejara, aunque sin panderetas resultaba difícil. En el centro de aquella orgía de glamour y sangre, se alzaba la figura de la bella Francisca Q. Impasible junto al piano, con una mirada triste y ausente. No conseguía decidir cuál sería la melodía adecuada para el momento. De hecho, aquel final de fiesta le recordaba a la película Titanic y, el mero hecho de pensar en ponerle música, le parecía demasiado vulgar. Y eso la entristecía todavía más.

Como cada año, la cena del embajador era un fracaso...  si el capitán no bebía más de la cuenta, un dolor de muelas le mortificaba y si la rondalla de cuarto de derecho no traía el apocalipsis a mordiscos, la arpía de la boticaria trataba de envenenarla cambiándole la copa de champaña.


Felipe se abrió camino hacia el centro de la sala y sacó una partitura del bolsillo.


— Encantado de verla de nuevo —le dijo a Francisca, entregándole la partitura—, no se si saldremos de vivos de aquí, pero no me gustaría morir en Cuenca sin oír "¿Por qué te vas?" una última vez.


—  Pero si  es de Jeanette —se extrañó Francisca.


— En realidad la escribió José Luis Perales para un momento como este —respondió Felipe al mismo tiempo que propinaba una estocada de espadón y jurel en pleno corazón latino de un tuno desbocado.

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