martes, 13 de diciembre de 2011

Sobre el reguero de muertes

La primera víctima fue encontrada devorada por las hormigas, pero el exámen toxicológico reveló que aquello no fue la causa de la muerte. El análisis del laboratorio era contundente, "Causa del fallecimiento: fallo multiorgánico causado por el veneno del espolón de un ornitorrinco macho".

La situación se planteaba complicada para Felipe, alguacil de una pequeña ciudad de provincias. Su último caso con un cadaver sin identificar se había cerrado rápidamente al concluirse que no era humano.

La investigación no empezó tomar forma hasta que, unos días después, un pastor halló un cuerpo momificado en un campo de cereal. El acartonamiento de la piel que, en un principio, fue atribuido al efecto del sol, resultó ser la marca clara de la picadura de la avispa marina, un tipo de medusa.

Cuando el cúnico empezaba a pandir entre la población y la prensa local ya hablaba del "Asesino de las especies exóticas", apareció un nuevo cadáver. Esta vez se trataba, a todas luces, de un homicidio. El difunto todavía tenía puesto el walkman con una etiqueta manuscrita donde se indicaba que lo que había grabado en la cinta TDK de 90 minutos era "Canto de sirenas".

La situación se le empezaba a escapar de las manos al alguacil, por lo que decidió llamar a un equipo de investigadores especializados en misterios de aquella índole y que viajaban por todo el país en una vieja furgoneta acompañados por un Gran Danés.

Cuando los jóvenes detectives iniciaron sus pesquisas, todas las pistas conducían al mismo lugar: el zoo privado de Whoodini.

Whoodini era un antiguo ilusionista que había hecho fortuna con la cría de pollos sin pico ni plumas destinados a las grandes cadenas de comida rápida. La principal ventaja frente a sus competidores era que aprovechaba el subproducto plumipícola para fabricar almohadas y crecepelo. Su granja daba trabajo a la mitad del pueblo, proporcionaba descanso a la otra mitad y esperanza a unos cuantos calvos. En su inmensa propiedad, Whoodini había construido un gigantesco animalario donde coleccionaba las especies más raras y venenosas del mundo. No había animal, por amenazado que estuviera, que se resistiera al ansia coleccionista del mago ni a su riqueza.

Felipe, los investigadores y el perro montaron en la "Máquina del misterio", pues así se llamaba la furgoneta, y se dirigieron hacia la mansión de Whoodini. Éste les recibió altivo y confiado, consciente de su poder. Allí había ornitorrincos, medusas, sirenas, arañas, serpientes... en cantidad suficiente como para acabar con toda la ciudad.

La chica de gafas y medias-calcetín, la más lista de los jóvenes investigadores, no se dejó impresionar por el suculento buffet con el que les obsequió Whoodini. Mientras sus compañeros y el perro se hartaban de comer galletas en forma de hueso y Felipe paseaba distraido por la finca, le dijo:
— En cualquier telefilm de misterio de media hora de duración, es el primer sospechoso el que luego parece no serlo, después se piensa que es otro, este otro acaba siendo el primero cuando se le quita la máscara y descubrimos que es él el culpable. ¡Y ese culpable es ústed, Señor Whoodini!

No pareció impresionado y replicó:
— Sí, soy yo el asesino. Pero ¿qué más da? ¿Acaso va a cambiar algo? Mirad, chicos, parece que teneís talento y yo tengo contactos con el mundo del espectáculo. ¿Que os parecería vuestra propia serie de televisión?

Las muertes no cesaron pero los habitantes de la ciudad, al menos los que quedaban en vida, mantuvieron su trabajo en la granja. La otra mitad dormía a pierna suelta sintiendose afortunados por no ser ellos la siguiente víctima y Felipe , que había sido despedido de su puesto de alguacil en la corporación municipal, notó que las entradas de su frente parecían querer juntarse en el centro del cogote.

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