En el mismo instante en que una mujer recibió un chicle rosa en la Capital Mundial del Vermut, arrojaron a las aguas del Índico el cadáver de un piloto que no sabía nadar y un marino con miedo a volar se comió un plato de caracoles, Felipe decidió que ya era hora de regresar a su caravana.
Hasta entonces, no había caído en la cuenta de que su casa tenía ruedas.
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