Felipe recorrió todos los bazares chinos del barrio preguntando por gremlins.
Algún espabilado en un polígono industrial de Fuenlabrada había tenido la idea de mojar al bicho y, desde entonces, las simpáticas mascotas se habían convertido en el regalo estrella de las fiestas de fin de año. La capacidad de multiplicación exponencial no bastaba para satisfacer una demanda frenética. Proliferaban las adulteraciones de índole diversa y las imitaciones, a menudo en forma de lémures hormonados y osos panda con injertos de oreja de cerdo.
— Se nos han acabado, sólo nos quedan los que ya han cenado —Respondían a su vez los dependientes.
Felipe era consciente de que un gremlin con el estómago lleno era mercancía en mal estado y con peor carácter. Además, las autoridades alertaban del peligro de estos animalillos haciendo llamamientos a la compra de furbys en su lugar, que eran inocuos y a pilas.
Conforme se acercaban las fechas señaladas, su precio se disparaba y cada vez era más difícil encontrar uno bueno. Los incautos que los habían comprado por correspondencia descubrían estupefactos que, cuando la criatura no se había comido la caja de cartón empezando por los agujeros, se había ahogado por la falta de ellos.
Al final, no le quedó más remedio que viajar hasta Cobo Calleja donde se producían en serie los dichosos engendros. Tras recorrer un laberinto de naves, dio con un pequeño almacén de todo a cien donde un enigmático anciano le entregó una bolsa de plástico a cuadros a cambio de una suma astronómica.
Volvió con el paquete en el coche de línea junto al resto de pasajeros, igualmente satisfechos. En sus conversaciones narraban cómo se habían perdido entre las calles numeradas del polígono, de lo difícil que era dar con un gremlin entre las pilas de cajas de bragas y peluches, que el año anterior había sido muy complicado encontrar a la Hello Kitty... felices todos al regresar a casa, el día de la lotería, en un autobús con la bodega repleta de género por valor de varios millones.
Dos semanas después, cuando empezaron las rebajas, los pocos gremlins que no habían acabado en el retrete destinados a comenzar una nueva estirpe albina, yacían secos en la calle haciendo compañía a los abetos.
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