Felipe abrió el kit de supervivencia para casos de catástrofe mayor, durante los últimos meses había estado sirviéndose generosamente de él, tan sólo quedaba una caja de tamiflú caducado y una lata de sardinas en aceite.
Aunque ninguno de los infectados vestía sombrero mexicano o nariz de cerdo postiza, se tomó las pastillas. Las sardinas las guardó para una cena romántica a la luz de las velas cuando todo hubiera pasado o cortaran el suministro eléctrico.
Estaba claro que no iba a durar mucho tiempo encerrado en la caravana antes de que el estómago le pidiera pollo y acabara uniéndose a la muchedumbre hambrienta. Decidió partir rumbo a Cuenca con lo puesto, una camisa, un pantalón vaquero y un monedero de piel.
Llegó al puerto con el peluquín en su sitio, lo que quería decir que todavía seguía con vida. Allí había tres veleros, eligió el que tenía por nombre "Libertad" pese a que parecía el más propenso a naufragar.
En ese momento, maldijo el día en el que se inscribió en la autoescuela y rechazó con sorna la oferta que, por un euro de más, le permitía contar con la licencia de patrón de embarcaciones. Tuvo que volver al pueblo, sortear la horda famélica, verificar que el peluquín seguía ahí, entrar en la autoescuela, buscar un manual de manejo de barcos, hacer unos tests interactivos en una sala abandonada, buscar un cartel con una L, regresar al embarcadero, ponerse una gorra de capitán y preparar cebo con el peluquín.
Pasó largo tiempo en alta mar a merced de las corrientes, parecía que ninguna llevaba hasta Cuenca. Comió bien mientras duró la pesca, pero el día en que lanzó al agua su último anzuelo de peluquín, supo que si no picaba una peluca de juez, moriría de inanición.
Como lo único que consiguió sacar fue un zapato de tacón, no le importó demasiado que un calamar gigante le llevara consigo a las profundidades, que una ballena se comiera al calamar y al velero y que un ballenero noruego capturara al cetáceo.
Lo que no acabó de gustarle fue que la máquina trituradora de surimis se detuviera justo en el momento en el que la cinta transportadora se atascó con el zapato de tacón que había pescado. Para aquel entonces, ya estaba cubierto de fécula de patata y colorante rosa.
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